martes, 6 de marzo de 2012

Así es Macondo

Por Alexandra N. Méndez Lamboy

            Macondo, la aldea descrita por Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad, es una ciudad cambiante. Por consiguiente, no se puede hablar de ella sin comenzar desde su fundación, hasta su trágico final. Aunque su posición geográfica siempre será la misma, el pueblo se transforma en varias ocasiones y de forma drástica. Por esta razón, es mejor dividir su historia en cuatro etapas para tener una mejor idea de cómo era físicamente, sus limitaciones y de qué forma terminó.

            En su espacio geográfico, Macondo es un pequeño pueblo situado en algún rincón recóndito de Aracataca, Colombia. Está delimitado por varias fronteras naturales. Al este se encuentra la gran sierra. La misma separa a la aldea de la ciudad de Riochacha. Para tener una idea de su tamaño, Márquez la pone a dos años de distancia si se recorre a pie. Esta fue la ruta tomada por el fundador, José Arcadio Buendía, para llegar al lugar donde se desarrolla la acción de la novela. Él y su gente fueron los primeros en ver la vertiente occidental de la cadena de montañas, la cual es considerada impenetrable, pues es imposible cruzar a menos que sea andando.

            Al sur  están “los pantanos, cubiertos por una eterna nata vegetal, y el vasto universo de ciénaga grande, que según testimonio de los gitanos carecía de límites”. Estos terrenos poseen  gran calidad agrícola. Gracias a esta posición privilegiada, en Macondo se hizo posible el cultivo del banano, el cual requiere de un ambiente de aire húmedo para ser producido con éxito. También es la conexión del pueblo con la civilización, pues a solo dos días de viaje puedes entrar en contacto con “los grandes inventos”.

            Al oeste tenemos al río que abastece de agua al pueblo el cual, según Márquez, tiene “aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”. Al occidente  se encuentra la ciénaga grande, la cual se confundía con una “extensión acuática sin horizontes, donde habían cetáceos de piel delicada con cabeza y torso de mujer, que perdían a los navegantes con el hechizo de sus tetas descomunales”. Esta era la ruta tomada por los gitanos para llegar a Macondo, la cual les tomaba seis meses cruzar.

            Si se recorriera el norte de Macondo, encontraríamos una enorme área boscosa. La misma comienza con un sendero de naranjos y mientras te adentras en el bosque, la vegetación se vuelve más insidiosa. Hay mucha humedad en el ambiente y el suelo es blando. Por la voluminosa flora, llega un momento en que se hace imposible ver la luz del sol. Después se encuentra un galeón español en una llanura de amapolas, el cual le informó a José Arcadio Buendía que el mar estaba cerca. Efectivamente, a doce kilómetros de esta embarcación, cuatro días si se recorre a pie, se encuentra el gigantesco cuerpo de agua. El mismo tiene un color ceniza, es espumoso y sucio. Por esta razón, se pensó originalmente que la aldea era una península, pero no es así.

            Macondo, aunque un poco atrasada, fue una aldea muy bien planificada. Se encuentra en un claro, el cual fue despejado de sus árboles por José Arcadio Buendía y por los que con él fueron a poblar el área. Su posición es estratégica, pues además de sus suelos excelentes, se encuentra en el lugar más fresco de la orilla del río. Aunque esta fuente de agua potable es perfecta, resultó ser innavegable y así lo confirmó José Arcadio Segundo en la novela.  A pesar de tantos esfuerzos, la ciudad es descrita como “un lugar ardiente, cuyas bisagras y aldabas se torcían de calor”. Con esta frase, García Márquez nos deja saber que el calor es infernal y que a al fundador, le fue imposible colocar al pueblo en un lugar que evitara las altas temperaturas de la zona. 

Macondo fue organizada de forma ecuánime. Su fundador acomodó las casas de tal forma que desde todas se podía llegar al río con el mismo esfuerzo. Sus calles fueron trazadas con un gran sentido de orientación, ya que ningún hogar recibía más sol que otro a la hora del calor. Pero aunque parezca una aldea bien calculada y con muchos beneficios, la misma pasó por cuatro etapas que la cambiaron físicamente y la llevaron a su trágico final.

La primera etapa que se puede ver clara fue la de su fundación y desarrollo. Durante ésta, la aldea se caracterizaba por su apariencia rústica. Con apenas veinte casas, en su comienzo, Macondo podría ser descrito como antiguo y hasta mítico en cierto sentido.  Los hogares fueron construidos con barro y cañabrava. El piso era de tierra y para ese entonces muchas cosas hasta carecían de nombre. Pero esto no quitaba que la misma fuese feliz.

José Arcadio Buendía, como fundador y patriarca, tenía la mejor casa de la aldea. Con el tiempo, demás se modificaban a su imagen y semejanza. Como era de esperarse, al ser una ciudad que salió prácticamente de la nada, carecía de tecnología alguna, siendo el laboratorio del señor Buendía lo más avanzado hasta el momento. Por su juventud en esos momentos, Macondo tenía una población de 300 habitantes jóvenes, en la que nadie era mayor de treinta años y ninguna muerte había ocurrido. 

            Macondo fue, durante este periodo, una de las aldeas más ordenadas y laboriosas que jamás se hubiera conocido. Tanto es así, que todas las casas contaban con un concierto de pájaros, los cuales fueron atrapados por el fundador. Éstos alegraban el día, pero llegó el momento en que se hicieron insoportables. Su ruido ensordecedor fue el que guió a los gitanos a este recóndito lugar.

            Con la llegada de los gitanos y los árabes, el desarrollo de Macondo se vio acelerado. Desde la instalación de tiendas y talleres de artesanía, la ciudad fue creciendo paulatinamente. Sitios famosos como el Hotel Jacob, el cual pertenecía a los árabes, y la calle de los turcos fueron creados. Para esos tiempos, el fundador decidió establecer un estado de orden y trabajo. Los pájaros fueron liberados y sustituidos por unos relojes musicales de madera labrada que tocaban a la misma hora, siempre. También José Arcadio Buendía sembró por todas las calles los espectaculares almendros que perdurarían hasta el final de los días de dicha ciudad.

            La llegada de Don Apolinar Moscote, el corregidor, marcó el comienzo del fin de la primera etapa. Con él vino el partido conservador y el intento del gobierno por controlar a Macondo. La casa de los Buendía fue remodelada para abarcar a la familia creciente. Todo esto coincidió con la construcción del cementerio, la cual fue impulsada por la muerte de Melquiades, quien fue sepultado en el mismo centro del terreno designado para enterrar a los muertos.

            Entre todos estos lugares de interés en Macondo, hay que destacar la tienda de Catarino. Ésta es un prostíbulo y sirve para demostrar que, a pesar de la alegría de la ciudad, existían escándalos. Esto cambió con la llegada de la evangelización. Se construyó una escuela y una iglesia cerca de la plaza central. Los lugares de desenfreno que estaban en su auge fueron clausurados, pero el establecimiento de Catarino fue trasladado a una calle apartada. El progreso en la ciudad se vio sorprendido por el estallido de la guerra entre liberales y conservadores, la cual marcó el fin de la primera etapa y el comienzo de la segunda.

En la etapa histórica, Macondo entró en un periodo imperante de guerra. Durante el mismo, la ciudad no evolucionó, más bien quedó atrapada en el tiempo. Vinieron varios cambios, pero la trama estaba más concentrada en lo que ocurría en el exterior. La calle que se encuentra justo al frente de la casa de los Buendía recibió el nombre del Coronel Aureliano. Esta fue una de las alteraciones más significativas, pues inmortalizó esta época que en un futuro se olvidaría. 

Con la guerra llegó la inestabilidad a la ciudad y la gran división entre conservadores y liberales. Este periodo es uno de los más complicados de la novela. Con su trasfondo histórico y alteraciones en el orden ya establecidos en la aldea, se le hace difícil al lector entender lo que ocurría. El relato se concentra en los combates y problemas políticos. Ejemplo de esto es como la escuela es utilizaba de cuartel. Además, se nota el cambio de poder en como pintan las casas de azul (conservadores) a rojo (liberales), sin olvidar las distintas figuras de mando que hubo durante esa época.

La ciudad se hizo municipio y con esto vino la restauración de la escuela. Para esta época llegó el teatro a Macondo, el cual se convirtió en la fuente de diversión del pueblo. También apareció la famosa tienda de juguetes e instrumentos musicales gracias a Bruno Crespi, la misma no se cansaba de prosperar. Durante los diferentes ataques entre conservadores y liberales, hubo diferentes repercusiones en el pueblo, un ejemplo de esto es la pulverización de la fachada de la tesorería municipal.

La guerra, después de veinte años, termina con el tratado de Neerlandia, firmado a 20 kilómetros de Macondo. Más adelante se fundó una ciudad con dicho nombre. Con este evento finaliza la segunda etapa y comienza la tercera. A este penúltimo  periodo se le conoce como el del falso progreso y es el preámbulo al fin de Macondo.

Durante la etapa de falso progreso, Macondo era un pueblo muy distinto al que fue en su principio. Las casas, que en algún momento eran de barro y cañabrava, fueron reemplazadas por estructuras de ladrillo. Las mismas tenían persianas de madera y pisos de cemento, esto hacia que el calor fuera más soportable. Lo único que quedaba de los tiempos de fundación era los almendros sembrados por José Arcadio Buendía y el río, aunque no en su totalidad. Las piedras prehistóricas que eran el lecho de este cuerpo de agua fueron destruidas por José Arcadio Segundo en su delirante sueño de encontrar una ruta navegable desde la ciudad hasta el mar.

Esta etapa se caracterizó por las muchas fábricas que llegaron a Macondo. Entre estas se encuentra la del hielo, introducida a la aldea por Aureliano Triste, la cual queda en las afueras del pueblo. También trajeron el famoso tren amarillo que sería el culpable de muchos de los cambios y desgracias de Macondo.

Al tren se le construyó una rústica estación de madera, la cual recibió a señor Herbert, el responsable de la llegada de los gringos a Macondo. Con estos vinieron muchos cambios a la aldea, el más grande; la compañía Bananera, la cual se creó al sur por donde se conecta a la ciudad con “los grandes inventos”. Los nuevos habitantes hicieron un pueblo aparte al otro lado de la línea del tren.  Este contaba con casas de madera, ventanas de redes metálicas y techo de zinc. Las calles estaban rodeadas por palmeras y cercaron el sector completo con una verja electrificada.

Los gringos no sólo tomaron posesión de un sector completo de Macondo, sino que hasta cambiaron el río de posición. Lo colocaron, con todas sus piedras y corrientes, al otro lado de la población, detrás del cementerio. La gran compañía bananera se apoderó de los trabajos y se convirtió en la mayor fuente económica de la ciudad. La alteración menos significativa vino con los negros antillanos, los cuales crearon una calle marginal en donde se establecieron. Allí construyeron sus casas de madera sin molestar a nadie.

La compañía bananera aunque trajo empleos también produjo muchos problemas. Entre huelgas y muertos ésta decidió firmar un acuerdo que dejara contentos tanto al pueblo como al señor  Brown, el cual entraría en vigor cuando dejaría de llover. Con lo que no contaron fue con lo mucho que duraría este periodo de humedad. Aquí comienza la cuarta etapa  de Macondo  conocida como la de decadencia.

Durante su última etapa, Macondo pasó por una serie de cambios que lo destruyeron por completo. Este periodo comienza con un diluvio que duró por cuatro años, once meses y dos días. Esto ocasionó que no se pudiera salir de las casas y que se construyeran desagües para no perder lo poco que se poseía. Pero al terminar las lluvias lo que quedó de la aldea fue un pueblo destruido y en miseria.

Las calles parecían pantanos, llenas de los muebles y escombros que dejaron todos aquellos que abandonaron el pueblo a toda prisa. La compañía bananera se había marchado y de la antigua ciudad de los gringos, sólo quedaron los restos. Las casas de madera estaban a punto de desplomarse y muchas de las cosas volvieron a la forma en la que estaban en los comienzos de la aldea. Los sobrevivientes a la catástrofe eran los mismos que vivían en Macondo para antes de la época del falso progreso. De la región en donde había prosperado la empresa del señor Brown, sólo permanecieron las plantas en un estado de putrefacción. La Calle de los Turcos regresó a su  estado original y las tiendas se encontraban en pedazos, con sus puertas llenas de musgo y comején.

Después de la lluvia vino la sequía que duró 10 años. El viento árido petrificó los pantanos y destruyó los techos de zinc. Hubo una inflación en los productos de primera necesidad y el tren, que en sus tiempos llevaba y traía una innumerable cantidad de personas, estaba totalmente abandonado. Macondo estaba más  apartado del mundo que antes.

Lo poco que quedó después del diluvio, como la pequeña librería que se encontraba en un callejón que terminaba en el río a once cuadras de la casa de los Buendía, se marchó. Aún así, el pueblo era feliz pues disfrutaba de una paz de la cual se había privado desde los años de la compañía bananera. Pero el fin ya estaba cerca.

El único establecimiento que quedó fue una botica. La Calle de los Turcos quedó abandonada y la casa de los Buendía estaba a un soplo de la aniquilación. Al final, Macondo desaparece con la caída del hogar de su fundador debido al gran huracán que destruyó todo lo que encontró en su paso.

Macondo fue un pueblo como cualquier otro. En sus principios atrasado y rústico, pero con la llegada de inmigrantes evoluciona y se transforma. Su descripción física e histórica nos deja ver que la realidad de esta aldea no aplica solamente a esa creación ficticia de Gabriel García Márquez sino a todos los países latinoamericanos que existen. He allí la importancia de esta mítica región que ha quedado inmortalizada en la literatura y que no desaparece como en el final de Cien Años de Soledad.



Bibliografía:

·         García Marquez, G. (1967) Cien Años de Soledad (17ª ed.). Bogotá, Colombia: Editorial La Oveja Negra.











           

             

 


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