miércoles, 5 de octubre de 2011

Entre la Imaginación y la Realidad



Por
Alexandra N. Méndez Lamboy
            Mientras más corría, el chillido que anunciaba el fin aumentaba. La respiración se cortaba y los pies me pesaban. Las lágrimas que bajaban por mis pálidas mejillas me nublaban la vista. Mientras ese sonido agudo turbaba mis sentidos y no permitía que pensara con claridad.
Lo único coherente que me pasaba por la mente era correr o morir. Era tan sencillo como una ecuación de aritmética. Si no lograba escapar, mi vida acabaría. Nadie sabría lo que allí ocurrió y mi cuerpo jamás sería hallado. No podía creer que todo terminaría así, tan simple. Después de tanto esfuerzo, desaparecería de la faz de la tierra.
En medio de la desesperación perdí el conocimiento y desperté en un salón espeluznante.  Había algún tipo de venda que me cortaba el aire y el sonido misterioso se había intensificado. Quería gritar, pero mi garganta estaba seca. Mientras más luchaba, se hacía más escaso el oxígeno. Cuando ya no podía con la angustia, hice un movimiento brusco hacia la izquierda con la intención de liberarme al fin de las ataduras.
El golpe que recibí fue el único indicador de que me habían puesto en algún tipo de altar. El suelo estaba frio y húmedo.  El sonido seguía tan persistente como en el principio. La presión me estaba matando y con la poca fuerza que me quedaba lancé un grito ensordecedor al aire.
Fue en ese momento cuando una luz brillante me cegó  y los gritos de mi madre turbaron mis oídos.
-¡Mira nena deja de jugar y levántate que voy a llegar tarde al trabajo!
Cuando enfoque la vista pude ver que estaba en mi cuarto y que la baba inundaba el suelo. El sonido incesante sólo anunciaba que era hora de levantarse y con un puño estrepitoso golpeé la cajita que reafirmaba las palabras de mi madre. Al fin reinó el silencio.


El Amor en la Oscuridad
Por Juan J. Valentín Goyco
Me hallaba en un lugar oscuro y húmedo. Un sitio en donde solo la muerte y  la tristeza  reinan. Lleno de tiniebla y soledad. En él solo se escuchaba mi caminar y el viento soplando.  Nunca me  imaginé a mí en un cementerio  y menos  por la noche. Menos cuando alguien cerca de mi  podría terminar aquí. 
Mis pies temblaban mientras pisaban el suelo que arropa el cuerpo de muchos. Mi corazón   se agitaba cada vez más. Sentí  miedo, dolor y tristeza al pasar por  las tumbas de personas que alguna vez vivieron como yo. No sabía hacia donde me dirigía solo  sé que tenía que ir  allí. Algo me llamaba. Una voz que resonaba fuertemente en mis oídos hasta llegar a mí ser. Me parecía familiar pero no quería aceptar ni mencionar de quien era.
Al caminar por el cementerio  vi a una mujer vestida de blanco  moverse cerca. No parecía estar triste, era como si  me estuviese esperando. Cuando la vi  deje de sentir todo aquello que me estaba molestando. Ella  me acompañó hasta una tumba grande llena de flores. Tan pronto llegué a ella me di cuenta que en la tumba esta incrustado el nombre de mi madre. De repente sentí un dolor fuerte y punzante en mi corazón. Un vacío inexplicable. Mi más grande miedo hecho realidad.
La mujer  del vestido blanco se  acercó más a mí  y puso su mano en mi hombro tiernamente mientras sollozaba. Pero no llore por mucho tiempo y cuando terminé  me fijé en algo peculiar. Abajo del nombre de mi madre, estaba gravado el año de nacimiento pero no el de la de muerte. Viré mi cabeza para ver a la mujer que me acompañó pero ya se había desaparecido.
Escuche la voz de la persona que más yo amo en mis oídos y desperté en un cuarto espeluznante. En aquella habitación de hospital en donde mi madre ha pasado  tanto tiempo. En aquel lugar que solo causa aflicción. Cuando  ya mi vista dejó de estar  borrosa me di cuenta que el cuarto estaba lleno de familiares que traían consigo muchos regalos. Me viré y veo el suave rostro de madre sonreír por primera vez en hace  mucho tiempo. Fue esa sonrisa que me hizo saber que ya todo había mejorado. Ya no habrá más por que sufrir. Esa tristeza ahora sería  parte de mi pasado. Solo otra historia que nos une más.



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