miércoles, 5 de octubre de 2011

Y desperté en un salón espeluznante…


Por Alejandra M. Rodríguez

Un 31 de octubre esperaba ansioso por llegar a mi casa con mis amigos a ver películas de misterio.  Mientras hacía mi tarea en la escuela, escuchaba a mis compañeros hablar de sus disfraces, en eso sonó el timbre de la escuela, ya era hora de salida.  Caminaba hacia mi casa con mis amigos, Rafa y Lucas, los cuales comentaban que a veces pensaban que muchos personajes de cuentos y leyendas como los vampiros y los hombres lobo existían de verdad.  Yo que era más incrédulo les dije: “no sean gallinas, esos cuentos no existen”.  Al llegar a mi hogar, mi mamá emocionada nos recibió con galletitas en forma de brujas y calabazas. Hambrientos, tiramos los bultos en la cocina y nos fuimos a la sala a ver películas y a comer.  Estaba tan agotado que me quedé profundamente dormido, pasaron los minutos y las horas, soñaba que un vampiro me iba a atacar y cuando desperté, observé que me encontraba en un salón espeluznante, oscuro, con telarañas y murciélagos.  Me sentía más solo que nunca, pero al mismo tiempo sentía que alguien me vigilaba.  Comencé a llamar a Lucas y a Rafa, pero ellos no me respondieron.  Muy asustado corrí por los pasillos de aquel lugar sin encontrar una salida, las puertas se abrían y cerraban solas, al igual que las luces las cuales prendían y apagaban.  Se escuchaban carcajadas malévolas, al único salón al que podía entrar era en el que había despertado, que era tan tenebroso como un bosque en luna llena.  Cuando al fin pude encender una luz en aquel lugar, observé muerto del miedo que en cada pupitre estaba sentado uno de los protagonistas de las historias de terror y de cualquier pesadilla, había vampiros, fantasmas, hombres lobo, momias y otros monstruos que jamás había visto.  Salí corriendo de aquel salón, mis piernas eran como dos bloques de hielo, mi corazón ni lo sentía, pude encontrar lo que parecía ser un baño, me eché agua en la cara y cuando me miré en el espejo, mi reflejo tenía grandes ojos rojos, unos colmillos largos y afilados, orejas puntiagudas y mi cara estaba cubierta por pelos.  No podía creer lo que estaba viendo, me había convertido en un terrible monstruo, que pesadilla.  De repente escuché unas voces en la lejanía que me llamaban: “Diego, Diego, despierta”.  Comencé a caminar por donde provenía la voz, hasta que caí en un profundo boquete.  Cuando volví a abrir los ojos, estaba acostado en el sofá de la sala, a mi alrededor había un montón de monstruos que no me dejaban respirar, la voz de uno de ellos me era familiar y me decía: “Diego levántate ya es hora de buscar dulces”.  Era la voz de Rafa, se quitó la careta que tenía puesta al igual que los otros.  Gracias a Dios todo había sido una horrible pesadilla y ya había despertado.  Lucas me dijo: “disfrázate que nos vamos, ya es tarde”.  Me vestí lo más rápido que pude, tomé mi calabaza y cuando me volteé para despedirme de mi mamá, a su lado había un pequeño pero malévolo monstruo, tan real que  me dijo: “hasta luego, aquí te espero”.

Terror en Pesadilla
Por Armando Cardona

Fernando despierta  paralizado en el asiento, con su corazón latiendo como un bombardeo de balas. Una de sus manos temblaba mientras la otra sujetaba muy fuerte su cabeza. Su rostro parecía haber visto un fantasma. Salió corriendo del tren que le transportaba hasta su casa. Al llegar a su hogar vio a su padre y lo abrazó. Este le miró y dijo
- Caray hijo, te ves asustado, tranquilo, todo esta bien, ni que hubieras tenido una pesadilla  en el tren, estarás mejor en la mañana. No pienses en cosas malas y descansa.
            Luego de una larga noche de celebración, donde hubo alcohol, sexo y música un adolescente llamado Fernando descansaba en el asiento del tren urbano. Acababa de pasar una noche inolvidable junto a sus compañeros de equipo celebrando la victoria de un partido de fútbol. Pensó que esta había sido la mejor manera de festejar.
Recordaba a todas las mujeres que conoció y las bebidas que consumió esa noche. Aún sentía que el alcohol lo mantenía en estado de embriaguez. Observaba la obscuridad por la ventana del tren y tuvo un mal presentimiento. No quiso pensar en él y cerró los ojos.
            De pronto  un ruido parecido a la música que Fernando había oido en la festividad se escucha. Abre los ojos y se despierta en un salón espeluznante de clases de su niñez. Pudo contemplar a todos los compañeros de grupo de la escuela elemental. Estos hacían dibujos de pistolas y personas ensangrentadas en las paredes. Salió corriendo y se adentró en la obscuridad donde solo alumbraba la Luna. Miraba  a todos lados y solo veía niños llorando y mujeres gritando. Animales maltratados llegaron a sus pies gimiendo de tristeza. Observó hijos peleando con sus padres, hermanos agrediendo a sus propios familiares. Que horror las familias destruyéndose poco a poco, le causaba un malestar pero seguía su camino.
            Al pasear por la calle logró ver a sus amigos crecer y hacer travesuras,  desobedecían y eran más indisciplinados. Estos vendían y utilizaban drogas, ganaban mucho dinero, bebían alcohol, pero tenían apariencia de vivir bien. Tenían buenos automóviles, vivían en sitios modestos  y rodeados de mujeres extrañas. Fernando se les acercó al ver lo bien que estaban,  y para ser parte del grupo, aceptó cada una de las ofertas que le ofrecían.
            Aún faltaba una tarea por completar. Esta consistía en asaltar al pastor de un templo cercano. Luego de planear el asalto,  Fernando entra y busca al hombre. No había rastro, ni pista alguna que le ayudara a encontrar al sujeto. En un momento de silencio se escucha un disparo y un grito fuerte. Fernando corre y roba todo el dinero que tenía la caja de caudales,  pero antes de irse de la tienda mira con curiosidad al hombre que estaba tendido en el suelo. Contempló la imagen de su padre ensangrentado.
        El dinero rueda por el piso, Fernando se arrodilla y pide perdón a su padre. Éste muere al reconocer a su  hijo. El dinero había desaparecido, como también sus amigos.  
            Pensó que debería acabar con este sufrimiento. Se despidió de su padre. Cargó la pistola y apuntando a su cabeza pensó  que nada había sucedido, y que a lo mejor todo había sido un juego en su mente. Apretó muy fuerte el gatillo y escucho una detonación “PLUM”.
           
           

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