viernes, 11 de noviembre de 2011

La última llamada

Por
Eldon M. Ayala

Desde hace cuatro días, a la misma hora, recibíamos una llamada. Exactamente a las cuatro de la mañana, el teléfono no dejaba de sonar hasta que mi esposa o yo contestábamos y cuando lo hacíamos sólo lográbamos escuchar una respiración cansada, que se ahogaba en sí misma, como si se tratara de alguien que está exhausto o a punto de fallecer.
            Estábamos muy nerviosos, francamente preocupados, al principio creímos que se trataba de una broma, pero ya era demasiado. La quinta noche no dormí nada, permanecí inmóvil frente al teléfono esperando sonara de nuevo. Había comprado un identificador de llamadas para saber por fin quién me estaba jugando esta mala broma. Mi esposa no quiso esperar y se fue a dormir sin lograr convencerme de hacer lo mismo.
            Llegó el momento, el reloj marcó las cuatro de la mañana, mi esposa seguía dormida y en el identificador pude ver el número 9-5-9-9-5-5-8. ¡Esto no es posible! pensé, es mi número telefónico el que aparece en el display, seguramente estaba mal configurado el aparato, lo revisé como intentando reparar algún defecto que no existía. El timbre del teléfono no dejaba de sonar. El sonido empezó a molestarme, comencé a sentir miedo, mejor dicho un terror indescriptible se empezó a apoderar de mí, intenté contestar pero no pude, algo me lo impedía, las manos me comenzaron a sudar y mi cuerpo se estremeció como si algo malo me fuera a pasar si descolgaba el auricular, mi garganta estaba tan seca que no podía tragar saliva.
            Salí corriendo del apartamento, no podía permanecer un momento más ahí, no pensé en mi esposa, no pensé en nadie sólo en alejarme, en huir. Sabía que iba por mí, sabía que yo era el blanco de sus intenciones. Sentía que estaba tras mi espalda y podía escuchar la respiración, esa maldita respiración, que no dejaba de resoplar, que me atormentaba en todo momento, casi podía sentirla en mi rostro. Tengo que escapar, me decía, tengo que escapar, ¡ya no lo soporto!
            Me sentía muy exaltado, mi pulso se aceleraba a cada instante, casi no podía respirar, mis piernas no respondían a las órdenes que mi cerebro intentaba darles. Desesperadamente pasé como pude por el parque, de pronto me detuve, sabía que tenía que hacer esa llamada, debía avisarle y explicarle el gran peligro que corría.
          Empezaba a salir el sol, no sé cuánto tiempo estuve corriendo, el alumbrado público se iba apagando poco a poco, sentí una sensación de angustia terrible. ¡Maldita sea!, no traía conmigo el celular, de cualquier modo me acerqué a un teléfono público, por fortuna era de monedas pero muy diferente, todo era rectangular, de color negro con rojo, no entendía nada, coloqué algunas monedas y comencé a marcar el número, ¡no puede ser!, susurré, en el teclado no estaba el número cuatro, no es que se lo hubieran quitado alguien, simplemente no estaba, nunca existió, quise alejarme pero algo me decía que era la única oportunidad que tenía de comunicarme con ella, debía decirle que después de mi llamada no contestara el teléfono y que saliera lo más pronto posible de aquel lugar. Mientras marcaba mi número telefónico vinieron a mi mente escenas perturbadoras, estaba seguro de que a mi esposa le podía ocurrir cualquier cosa, sonaron dos tonos, contestaron, quise decirle que huyera, que no se detuviera hasta estar segura, pero de mi boca sólo salió una respiración entrecortada, una respiración agitada y ahogada en sí misma mientras escuchaba un grito desgarrador que me paralizó por completo y me desmayé. Al despertar estaba amarrado con un traje blanco en un cuarto del mismo color con paredes blandas y bien asegurado.


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