Lourdes Pérez
Estaba en el hospital, tuvo una recaída. Cuando llegué vi a sus familiares, con los cuales yo había compartido tantas veces, llorando en la sala de espera, angustiados por lo que pueda pasar. Pregunté desesperadamente: “¿Qué pasa?”, pero nadie contestó. El tiempo se detuvo, salí corriendo con el corazón en la mano, subí las escaleras hasta el piso 5, como si fuera una máquina, ni siquiera me dolieron las piernas. Mientras buscaba el cuarto 506 podía sentir que la tensión aumentaba. Traté de abrir la puerta y no pude, mis manos temblorosas forcejearon con la cerradura pero estaba trancada.
Escuché un sonido muy agudo proveniente de la habitación, nunca había escuchado algo tan espantoso, tuve miedo de que todo acabara ahí y que los últimos recuerdos fueran una simple puerta de hospital, fría y gris. Varios doctores entraron, sacaron la camilla y la llevaron a emergencias, mi corazón palpitaba fuertemente. Corrí tras ellos, al atravesar las puertas una luz me cegó, dos mujeres vestidas de blanco me impidieron el paso, tomaron mis brazos y me cargaron. De repente no sentí mis piernas, me faltaba el oxígeno, la cabeza me pesaba, como si estuviera a punto de desmayarme pero mis ojos no cerraban, estaba en un trance.
Cuando mis sentidos despertaron, noté que era liviana como si la gravedad no tuviera ningún efecto en mí, no tenía preocupaciones, ni desesperaciones, todo era más tranquilo y el ambiente estaba lleno de felicidad y seguridad. Me levanté y desde arriba vi la camilla en donde estuve por última vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario