viernes, 11 de noviembre de 2011

Un estudio para un viaje a la galaxia

Por
Eva Penchi

 Era una tarde soleada, mientras Pablo y Marta jugaban en el campo. Vivían en una granja. Era de gran terreno, donde se encontraba la pequeña casucha, al lado del granero y todo estaba rodeado por los pastizales. Allí habitaba una hermosa familia, mamá y papá, Pablo, de doce años y Marta, con nueve años. Otro día más al que salen a jugar a ese gran solar bajo los destellos del sol. Jugaban a cazar mariposas. Cuando de pronto Pablo mira hacia el lado y nota que Marta ya no está.

Se va por todo el campo en busca de su pequeña hermanita. Mientras recorría y buscaba por los matorrales, encuentra huellas de una especie muy extraña. Eran como unos pies pequeños con solo tres dedos. Pablo asustado siguió el camino marcado para ver hacia dónde y hacia qué lo dirigían. Mientras más se acercaba más fuerte podía oír aquel zumbido y un fuerte viendo que lo arrastraba hacia atrás y no le permitía el paso a la búsqueda. Con mucha fuerza y valentía, siguió adelante y tras todo el matorral vio unas luces que intercambiaban de colores que lo ayudaron a encontrar al espectro con más facilidad. Aún más cerca, notó que era una nave espacial. Temblaba de los nervios, pero por miedo a regresar tarde y que ya la nave se hubiese llevado a Marta, no buscó ayuda de sus padres. Observó todos los alrededores del platillo volador, pero no veía una entrada. Estaba muy seguro de que tenían a su hermana allí adentro. Mientras le daba la vuelta, ve por un pequeño agujero que tienen a Marta sentada con mucha cablearía en su cuerpo y máquinas en la cabeza. Pablo grita fuertemente: --¡Marta, estoy aquí, no te preocupes que te sacaré de ahí! – Mientras en eso, un extraterrestre le da un fuerte empujón a Pablo y cae dentro de la nave. Una vez estaban ahí dentro quedaban hipnotizados, como haber perdido el conocimiento.

Una hora más tarde despiertan en medio del pastizal, recostados de sus redes llenas de mariposas. No recordaban como habían llegado ahí exactamente, pero lo primero que hicieron fue correr directamente hacia la casa. ¡Mamá, papá! –Pablo y Marta gritan con desesperación- ¿Hijos, por qué tan desesperados? –Dice la mamá. Marta: vengan para contarles tan increíble aventura. Sus padres, con muchas dudas se sentaron en la sala. Pregunta papá: ¿y dónde dejaron sus redes? – Pablo responde: tan pronto sepas, eso será lo de menos. Contaban que estuvieron dentro de un platillo volador. Que el reloj era distinto, y las manecillas marcaban como si hubieran pasado más de veinticuatro horas. Se encontraban rodeados de máquinas y todos los botones tenían luces de diferentes colores. Marta hablaba sobre las máquinas y cablería en su cuerpo. Era sobre un estudio que querían hacerle a los humanos. Pablo contó como de un segundo piso bajaba en cámara lenta un extraterrestre de diferentes colores: la cabeza verde, el cuerpo azul y las extremidades amarillas. Hablaban un lenguaje distinto, pero Pablo logró descifrar lo que decía una notita que le habían dejado en el bolsillo. Era como escribir cada letra al revés y al enderezarla salía el mensaje completo. Aún no la había leído, no tenía ni idea de qué podría decir. Pablo se la entrega a su padre para que lo ayude a traducir y por temor a leerla. La abre y lee curiosamente: -Volveremos pronto. Atentamente, Martino.

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